Me gusta pensar en un rompecabezas cuando leo sobre la historia de Guatemala, cada década es una pieza que nos da una mejor lectura del contexto general del país. la resistencia, la organización y el movimiento social es una parte muy importante en la historia de Guatemala, desde la invasión española hasta las actuales expresiones, manifestaciones y organizaciones que siguen disputándose el poder político y económico del país. Desde aquellos que son herederos de la colonia, dueños de la patria del criollo hasta aquellos que son hijos de la tierra negra del maíz. Siempre hemos sido nosotros los que hemos prevalecido en la historia, como ya dije, desde la invasión son nombres de hombres, rostros de hombres, textos de hombres, discursos de hombres los que predominan, la presidencia del país ha sido ostentada únicamente por hombres, podemos decir que la historia de Guatemala está escrita con sangre y por hombres.

Guatemala sigue siendo uno de los países más desiguales del continente y del mundo. El año pasado, Oxfam presentó su informe “entre el cielo y el suelo” el cual expresa en cifras la extrema desigualdad en Guatemala, El País (periódico español) en una de sus notas escribió lo siguiente sobre este informe: “La acción del Estado de Guatemala no reduce la desigualdad, al contrario, el Estado, débil y capturado por las élites, contribuye a aumentarla”. El informe ante las cifras tan desgarradoras alarma que la desigualdad va mucho más allá de ser rico o pobre y que la desigualdad extrema cuesta vidas. Sobre las violencias y las desigualdades se habla y se sabe mucho, hay unas que se han expresado más que otras; sin embargo, la violencia de género, definitivamente, es una de las violencias que se ha normalizado en nuestra cotidianidad, en nuestros hogares, en la escuela, en el trabajo y, por supuesto, en los movimientos sociales.

El reciente 08 de marzo en Guatemala se demostró una vez más que las nuevas generaciones están incluso irrumpiendo el poder del que poco se habla y del que mucho hemos gozado. Durante la marcha se realizaron pintas, se intervinieron monumentos y se repartieron volantes con decenas de denuncias sobre violencias sexuales y/o de género que son reales. Sin duda, todas las expresiones del 08 de marzo solo reconfirman la existencia y presencia del movimiento feminista en Guatemala. Con el feminismo, es importante que entendamos, nosotros los hombres, que, como cualquier movimiento social organizado para disputarse el poder, este se disputa más allá que el poder político y económico.

Dentro de todas las denuncias del 8M, existió una impresa con alrededor de 20 rostros y nombres de estudiantes, dirigentes sociales, sindicales y/o campesinos, periodistas, docentes, profesionales y artistas que coincidían en algo, todos eran parte del movimiento social en Guatemala. Con la denuncia también se vinieron repercusiones y amenazas que, como ya es costumbre en Guatemala, no son más que esfuerzos por callar la verdad a través del miedo, como buena táctica heredada de la contrainsurgencia en la guerra.

Aunque en las calles solo se repartía el rostro y los nombres, por las redes sociales iniciaron a circular las primeras denuncias y experiencias de mujeres que fueron víctimas de algún acoso o tipo de violencia de parte de los “compañeros”. Desde el acoso, pasando por abusos sexuales que tienen que ver con el poder que ostenta el agresor, hasta la manipulación, las amenazas y violencias físicas en los espacios de organización fueron las denuncias de compañeras que, a pesar de ser lamentables, tampoco son expresiones nuevas de violencia dentro el movimiento social.

“A las mujeres nos quisieron relegar a las tareas “propias de la mujer”, incluyendo la función sexual para solaz de los compas, dentro de la organización” (la guerra de los 36 años, vista con ojos de mujer de izquierda, 122:4) Chiqui Ramírez en su libro relata cómo las pocas mujeres que participaron en el movimiento estudiantil y guerrillero durante la década de los sesenta se tuvieron que enfrentar al machismo exacerbado de los compañeros. Existe, según Chiqui, una lista larga de mujeres que fueron marginadas de cargos de dirección políticos y militares, y, justamente, esta es una de las realidades más decepcionantes que sigue presente dentro de los movimientos sociales.

No son solo 20 rostros ni solo 20 nombres, tampoco son solo los que se mencionaron y denunciaron el 8M, y lo más importante, no solo son esas violencias. El 8M y todas sus expresiones no deben significar una amenaza para nosotros los hombres, si debe serlo para los machos, para nosotros los hombres, organizados, dirigentes, militantes, colaboradores, voluntarios del movimiento social, el 8M es un gesto de directo, sincero y rebelde del sexo opuesto al nuestro. No nos están matando, no nos están quemando, no nos están violentando. El hombre, en cambio, debe reflexionar ya no solo por sus acciones, sino sobre la herencia de los privilegios que son adquiridos al nacer con un pene. 

Los hombres organizados del movimiento social, además de reflexionar, debemos aceptar que la lucha en contra el sistema es contra el capital, contra el burgués, contra el explotador, pero también contra el machismo y el patriarcado. Por lo tanto, asumir nuestra lucha contra el sistema pasa por reconocer – los privilegios masculinos, por dejar de realizar cualquier práctica de superioridad y/o de dominación sobre cualquier otro cuerpo, por dejar de ignorar la denuncia directa que nos hacen frente a nuestros ojos, pasa por entender que las mujeres no se tocan, no se acosan, no se violan, no se queman, pasa por dejar de normalizar los roles de género que promueven la desigualdad entre los mismos, pasa por organizarnos y crear nuestros propios espacios para comprender que la lucha no solo es política y económica, pasa por reconocer que a nuestros cuerpos también se les ha negado la necesidad de sentir la ausencia del miedo y, sobre todo, pasa por entender que nuestra lucha no es el feminismo y, por lo tanto, nuestra participación es casi obsoleta en el movimiento feminista; sin embargo, no quiere decir que no tengamos responsabilidad por cambiar las desigualdades sociales y lo que nos toca es asumir nuevas masculinidades o masculinidades alternas a la que también se nos fue impuesta. 

Es difícil aceptar que existe una grieta social entre los sexos sumamente significativa e histórica que sostiene las desigualdades de género; sin embargo, el reto de los hombres, más allá de aceptar, también requiere dejar de sostener estas desigualdades.

Leave a Comment